The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa

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Authors: Joe Hayes
círculo de luz hecho por la fogata, pero el gato no se acercaba.
    En la mañana el canto de un gallo despertó a Juan y vio que estaba cerca de un pueblo. Gato Pinto corrió hasta el límite del pueblo con la bolsa de dinero, y luego la dejó caer al suelo. Juan pensó “Puede que mi amigo tenga razón. Quizás deba vivir en este pueblo”.
    Juan compró una casa en el pueblo y se instaló en ella. Sus hermanos no sabían qué había sido de él, pero les importaba un comino. Pasaron varios años. Y luego los hermanos empezaron a oír hablar de un hombre rico llamado Juan que vivía en el pueblo cercano. Todos decían que este Juan era muy bueno y bondadoso con los pobres del pueblo. Y decían que el rico tenía un gato con manchas que siempre lo acompañaba. “Dondequiera que vaya Juan, ahí va el gato,” decían. “Todo el mundo conoce a Gato Pinto.”
    Los hermanos se preguntaron “¿Será Juan Cenizas? Pero ¿cómo pudo volverse rico, a menos que se robara dinero que debiera ser nuestro?”
    Los hermanos decidieron investigar sobre este rico Juan. Conocían a una muchacha del pueblo que vendía loros. La visitaron y le preguntaron: —¿Tienes un loro que pueda hacer preguntas y recordar las respuestas?
    â€”Ése —dijo la muchacha, señalando un gran loro verde—. Ese loro puede hablar como un juez, y recuerda todo lo que oye.
    Los hermanos le pagaron para que ofreciera su loro en venta en el pueblo vecino. Le dijeron: —No lo vendas a nadie más que al rico llamado Juan.
    La muchacha hizo lo mandado, y un día, cuando Juan regresaba de la iglesia, vio a la muchacha con el loro. Ella se veía tan pobre, y el loro era tan bonito, que Juan se lo compró.
    Esa tarde, el loro inició una plática con Juan: —Juan —el ave graznó—, ¿usted no tiene familia?
    Juan contestó abiertamente: —Tengo dos hermanos, pero tuve que dejarlos porque temía que me hicieran mal para quitarme el dinero.
    â€”¿Dinero? —gritó el loro—. ¿Dónde consiguió dinero?
    Juan le contó al loro todo lo del testamento del padre y del gato escarbando en el rincón. Por supuesto, Gato Pinto estaba pendiente de la conversación. Más tarde, cuando Juan se fue a dormir, el gato subió a la varilla donde posaba el loro. Lo agarró por el cuello y le dio una soberana sacudida que le desbarató los sesos y todo le quedó revuelto en la mente.
    A la mitad de la noche, cuando la muchacha vino para interrogar al loro, el ave dijo: —¡Aaakkk! Juan tiene dos padres. Su hermano rascó un papel en el rincón y encontró una caja de vigas. ¡Aaakkk!
    Para la tarde siguiente el cerebro del loro se había restablecido y el ave comenzó la misma conversación con Juan. Juan no se sorprendió porque sabía que los loros suelen decir lo mismo una y otra vez. Repitió todo el relato, y le gustó tanto hablar con el ave que lo llevó al dormitorio cuando se fue a dormir. Puso al loro en el marco de la ventana, junto a su cama.
    Gato Pinto rasguñó fuerte contra la puerta, pero Juan no lo dejaba entrar. Al fin, Juan se impacientó con el gato y lo echó afuera. Luego, tan pronto se durmió Juan, el loro salió por la ventana y voló donde la muchacha. Le contó toda la historia de Juan, y ella se apresuró a repetírselo a sus hermanos. Los hermanos decidieron prender fuego a la casa de Juan esa misma noche mientras él dormía. Como parientes únicos heredarían todo su dinero.
    Pero mientras tanto Gato Pinto había corrido a la iglesia del pueblo. Saltó y hundió las uñas en la cuerda de la campana y comenzó a columpiarse de un lado para el otro hasta hacer repicar la campana. Eso despertó al padre, que vino corriendo para ver qué pasaba.
    Por supuesto que el padre reconoció al gato. Todos conocían al

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